Un micrófono puede ser un aliado (sirve para difundir un mensaje) o un enemigo (cuando recoge lo que no quieres que se sepa y confías en que nadie te escucha). Políticos y periodistas meten la pata más de una vez hablando de más con el micro abierto. ¿Quién no recuerda la metedura de pata de Aznar cuando en 2002 resumía su intervención de 25 minutos en el Parlamento Europeo diciendo «vaya coñazo que he soltado»? ¿O a Zapatero contestando fuera de cámara en 2008 a Iñaki Gabilondo que «los sondeos van bien, sin problemas, lo que pasa es que nos conviene que haya tensión»? Peor fue el comentario de Rajoy en la víspera del Día de la Hispanidad al final de una reunión en La Coruña: «Mañana tengo el coñazo del desfile, en fin, un plan apasionante». No me cabe duda que el «¡manda huevos!» que soltó Federico Trillo, presidente del Congreso, en 1997, tras leer una enmienda compleja, tuvo su gracia, como le pasó a José Bono con su «¡estoy ya hasta los huevos, estoy trastornao!» tras equivocarse varias veces al leer una enrevesada moción al final de una larga jornada. Lo que no tuvo gracia fue su pillada al decir que Tony Blair, primer ministro británico, «era un gilipollas».
La última y más grave pillada ha ocurrido en la Cortes de Cartilla y León. Un micrófono abierto ha evidenciado la crítica de cuatro importantes cargos tanto en el PSOE como en las Cortes de Castilla y León (Ana Sánchez, José Luis Vázquez, Alicia Plomo y Diego Moreno) a Carlos Martínez con frases despectivas y, de paso, a Óscar Puente y Abel Caballero. Carlos Martínez, tras enterarse de la noticia, declaró que «tiene más gravedad que esta pillada haya sucedido en el Pleno de las Cortes». Ahora tendrá que enfrentarse a su primera gran prueba, porque su gestión de la crisis determinará su capacidad para liderar y reunificar el partido y señalará su capacidad para sobrevivir políticamente tanto él como el PSOE de Castilla y León.
Este asunto le ha tumbado su estrategia. La espera a los congresos provinciales para realizar los cambios necesarios para unas futuras elecciones puede no ser válida; ahora se impone la necesidad de contundencia y rapidez en las medidas. «Este mayúsculo error debe tener una asunción de responsabilidades», según Carlos Martínez, que añade «es un disparo en el pie». Más bien creo que ha sido un disparo directamente en la cabeza. Y las medidas siempre serán traumáticas, difíciles y con un cierto grado de incertidumbre. No hay victoria sin costes. La lucha conlleva un esfuerzo que debilita a los contendientes; muchas victorias en guerras de partido son victorias pírricas. La destrucción del adversario nunca es completa. Los rivales no desaparecen, al contrario, a veces organizan una resistencia defensiva que se convierte en una fuerza importante para conseguir la alternancia.
Giulio Andreotti, el experimentado político italiano, afirmó que «en la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido». ¿Por qué estas luchas cainitas dentro de los partidos? Quizá la explicación correcta la escribió Nicolás Maquiavelo : «No se puede conservar como amigos a los que te han ayudado a conquistar el poder porque no se les puede satisfacer como ellos esperan y por la deuda tampoco se pueden emplear medidas fuertes contra ellos».
Creo que en el PSOE de Castilla y León comienza a circular otra de las frases célebres de Andreotti: «Todos al suelo, que vienen los nuestros».