Hay codazos por encabezar la cola de los estupendos. La carrera por ser más progre que nadie es grotesca. Siempre al acecho de cualquier chispazo, mayor o menor, para ver quién atiza con más ardor y más desenvoltura al facha que aparece donde menos se espera.
La anti-estrella sobrevenida es el juez Adolfo Carretero, en pleno salto a la fama por su interrogatorio a la actriz, Elisa Mouliaá, en el procedimiento seguido contra Íñigo Errejón, por presunto delito de agresión sexual. Contra Carretero se presentaron ante el Consejo General del Poder Judicial casi un millar de quejas por sus formas conminatorias, lo cual suscitó la apertura de un expediente informativo. No son modos de preguntar a una mujer como presunta víctima de un acosador (¿sabe usted para qué se sacó el miembro viril? ¿Le intentó bajar las bragas?), incluso procesando las intenciones de la acosada: ¿No será que quería algo con él?
Hizo formulaciones habitualmente consideradas soeces, de mal gusto e invasivas de la intimidad de la presunta víctima de una agresión sexual. Vale. Pero trato de ponerme en los zapatos del juez, obligado a elegir entre la retórica o la anatomía. La retórica conduce al eufemismo, mientras que la anatomía exige llamar las cosas por su nombre en el lenguaje habitual de un médico, un psiquiatra... o un juez. Se ve que Carretero optó por lo segundo, por exigencia de realismo en la investigación de unos hechos. "Si se trata de obtener pruebas consistentes, las preguntas tienen que ser incómodas", ha dicho, a fin de establecer un relato fáctico. O sea, objetivable. Es lo suyo en una causa judicial, aunque ni en ese terreno dejan de influir la carga subjetiva del juzgador. Es inherente a la condición humana, básicamente de naturaleza moral, la que nos impulsa a distinguir todo el rato lo vuelo de lo malo.
En cualquier otro procedimiento establecido en el campo de las relaciones humanas, el mismo tono, la misma subjetividad del juez, la misma intención procesadora de intenciones ajenas, las mismas preguntas, pero no relacionados con las funciones eróticas de la anatomía de un hombre o una mujer en tiempos de lo "woke" (izquierda de diseño), no provocaría semejante rasgado de vestiduras por parte de quienes bracean por ser más feministas, más antitaurinos, más plurinacionales más anti colonizadores y más ecológicos que nadie.
Tratemos solo por un momento de trasladar el debate a una vista pública por corrupción en la vida pública. Tengo para mí que si los jueces se esforzasen en no llamar las cosas por su nombre (ladrones, mordidas, enchufes, nepotismo, robos, enchufismo, chantajes), como de hecho suele ocurrir, no merecerían (insisto, de hecho, no lo merecen) el volquete de descalificaciones vertidas estos días sobre Adolfo Carretero, por poner nombres a las situaciones sometidas al escrutinio judicial y social.