Nunca me han gustado las personas que se aprovechan de su poder. Desde aquellos abusones que no paraban de intimidar en el colegio, hasta quienes ostentan un dominio económico, político, físico o intelectual para someter a quienes les rodean.
A nadie se le escapa que estos individuos necesitan siempre una corte a su alrededor que aplauda sus acciones, que les recuerden continuamente lo que son y, por encima de todo, la capacidad que poseen para estar o sentirse en un escalafón más alto. Pero tampoco que, generalmente, los veamos ajenos, con la distancia suficiente como para que no nos salpiquen y con el respeto de que sean otros los que los sufran.
A nivel político y económico lo hemos podido comprobar este último mes en la figura del presidente americano, no tanto con la actitud chulesca que le caracteriza, sino con las acciones que hacen temblar a los dirigentes de muchos países y aquellos que se van a ver perjudicados económicamente, que al final seremos todos. Personajes que han crecido con el beneplácito de un amplio sector de la sociedad, amparados en un populismo ciego que se reduce a transmitir los mensajes que se quieren oír.
Pero también sucede con aquellas personas que, a nuestro alrededor, someten a quienes ven inferiores, que ejercen un poder y un dominio concreto sobre personas concretas, que van a ser incapaces de enfrentarse a ellos. Empleados, parejas, familiares y seguidores que se ven sometidos, en muchos casos sin saberlo, y que son incapaces de revertir la situación salvo que sea la sociedad la que logre ayudar.
Por desgracia a diario encontramos informaciones repetitivas del abuso de unos pueblos contra otros (lo mismo nos da que este sea militar, cultural o económico); de hombres sobre mujeres por medio de la presión y la violencia; de políticos que usan su cargo contra aquellos a los que representan. Pero lo más grave es tener la sensación de que nos refugiamos en nosotros mismos y nos volvemos inmunes ante los acontecimientos, miramos hacia otro lado intentando que no nos afecte personalmente.
Aunque todos los días tenemos ocasión de poner nuestro granito de arena, hay fechas muy señaladas en las que la conciencia colectiva debe unirse para acabar con algunos de esos abusos. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha reivindicativa, con el objetivo de sensibilizar a la sociedad y potenciar la igualdad real de género. Por eso es un día especial para recordarnos, tanto a mujeres como a hombres, que nuestro sexo se define únicamente por los gametos que produce y que ello no implica ni superioridad ni inferioridad. Para que la sociedad supere las desigualdades de género debemos ser los individuos, sin importar sexo ni condición, los que nos concienciemos de que estas deben ser reales lo antes posible y romper con roles anticuados y obsoletos que ya no se creen ni los más mayores.
Aunque, como en todo, están las excepciones de aquellos que lo único que pretenden es continuar con unos falsos privilegios que lo único que pretenden es tapar las carencias que tienen en muchos otros aspectos. Resulta curioso que quienes más se oponen a la igualdad real de género, también lo hagan contra quienes profesen otra religión, hayan llegado a nuestra sociedad en busca de un futuro mejor o tengan un color de piel diferente. Seguro que temen perder su poder e influencia.