Fbrero es un mes de festejos y efemérides: carnaval, San Valentín y demás eventos nos llenan el calendario del mes más breve del año. Para mí, la cita más indispensable es la de este domingo, 11 de febrero, jornada en la que se celebra en el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. El origen de esta fecha se remonta a 2015, proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, con el objetivo de animar a las estudiantes a elegir carreras STEM (acrónimo inglés de Science, technology, engineering, and mathematics, es decir: ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas). Según un estudio de la UNESCO publicado en 2023, sólo el 35% de las mujeres se dedican académicamente a las ciencias, y menos de un 30% acaban ocupando puestos de trabajo relacionados con la investigación. Si nos vamos a datos nacionales, y según informaba la Conferencia de Rectores el pasado curso académico, las féminas representan únicamente un 13% de los estudios de ingeniería y tecnología, y un 18% de los puestos de trabajo relacionados con estos campos. Es por ello que la conmemoración del 11F se antoja más que necesaria.
¿Cuál es la clave de esta realidad? Yo, lo tengo claro. Fundamentalmente, la falta de referentes femeninos en la ciencia es una de las mayores barreras que encontramos las mujeres a la hora de elegir nuestro futuro académico y profesional. Un argumento extendido es el de que cada una (y cada uno, esto no va solo con nosotras) puede elegir los estudios que desee. Pero la realidad es que no somos tan libres como este mantra nos quiere hacer creer. Nuestras decisiones, tanto las más básicas como las más complejas, se ven condicionadas por el contexto que nos rodea. Y, si desde bien pequeñas nos han hecho creer -por acción o por omisión- que el campo científico no es para nosotras, esto condicionará nuestro pensamiento primero y después nuestra forma de proceder. Así que, para que la ciencia sea atractiva para nuestras alumnas, es fundamental contar la historia de otras mujeres que han dedicado su vida a ella. Y no hay mejor entorno para comenzar esta puesta en valor que los centros educativos, a poder ser desde la primera infancia. De hecho, el primer agente invisibilizador son los libros de texto, donde sigue habiendo una significativa descompensación de biografías masculinas vs. femeninas. Intervenir en estos documentos es una necesidad a medio plazo, pero, antes de ello, somos los y las docentes los que tenemos una tarea mayor: reinterpretar esos materiales, con mirada feminista, para compensar las carencias que presentan.
Y también, por qué no, podemos comenzar por acercar a nuestro alumnado las historias de vida de aquellas que sí que optaron por elegir la ciencia. Probemos a mostrar las que son más próximas a nuestros escolares: las de sus mamás, abuelas, hermanas, tías, etc. Aquellas familiares que, superando estereotipos, eligieron profesiones STEM. Y es que, como señala la campaña #nomorematildas, «el talento no tiene género, y prescindir del que podría desarrollarse en niñas y adolescentes que no elijen una carrera científica por no tener espejos en los que verse reflejadas es una herencia cultural que no nos podemos seguir permitiendo».