Aunque quizás ya no es parte de la actualidad, porque la noticia sucedió hace cerca de un mes, no había tenido ocasión de compartirlo por este canal, y no puedo dejar pasar la oportunidad de hacerlo: este año el centro educativo en el que trabajo, y del que soy coordinadora de igualdad desde 2016, el CEIP Infantes de Lara, ha recibido el premio Meninas, un reconocimiento que fue creado en el año 2012 por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, con el objetivo de visibilizar a personas, entidades y organizaciones que dedican sus esfuerzos a la lucha contra la violencia machista y a la protección de sus víctimas. Pero ¿de qué manera puede contribuir un centro escolar a la erradicación de la violencia de género? Pues, ni más ni menos, que con su recurso más poderoso: la educación, o, más concretamente, la coeducación.
Podemos definir la coeducación como una propuesta pedagógica para dar respuesta a la reivindicación de la igualdad, que propone una reformulación del modelo de transmisión del conocimiento y de las ideas desde una perspectiva de género en los espacios de socialización destinados a la formación y el aprendizaje. Es decir, superamos conceptos del pasado, que consideraba suficiente con garantizar aulas mixtas y currículum similares para niños y niñas, y proponemos un cambio social, en pro de la igualdad, desde las aulas, que incluya una revisión tanto de nuestra manera de proceder como de los materiales que empleamos en el día a día; el uso del lenguaje que hacemos, la distribución de espacios durante el juego libre, y poniendo especial hincapié en evitar la reproducción de estereotipos de género. Porque no hay mejor manera de luchar contra la violencia de género que educando en igualdad. Así lo considera el centro educativo premiado, y por eso ha sido el primer CEIP de Castilla y León en obtener este reconocimiento en la historia de los premios Menina. Y es que la igualdad de género como base para la educación es la propuesta que recoge nuestro Plan de Mejora este curso escolar. Una apuesta en firme por aportar nuestro granito de arena para la compensación de injusticias, que pasa por que toda la comunidad educativa se ponga las gafas moradas, para ser capaces de detectar las desigualdades que podemos encontrar en el contexto educativo -tanto formal: el aula; como no formal: el patio-, y, una vez detectadas, poder compensarlas.
Creo importante recordar que esto no es un mero capricho que se nos haya pasado fugazmente por la cabeza, sino que es un cumplimiento de la normativa estatal vigente. Y es que tanto la Ley Integral contra la Violencia de Género de 2004, como la Ley de Igualdad efectiva entre hombres y mujeres de 2007, el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, o, concretando más en Educación, la LOMLOE reiteran la obligatoriedad de integrar la perspectiva de género en los centros escolares. Y, con una visión más local, el currículo de educación primaria de nuestra Comunidad Autónoma recoge estos mismos principios entre sus contenidos y sus competencias clave.
Y es que la Educación es una de las claves principales para un mundo más justo. Las y los docentes sabemos de este enorme poder del que somos portadores, y, por ello, lo empleamos con cautela, pero con la seguridad suficiente para garantizar una sociedad futura en los que los avances hacia la igualdad sean una realidad.