Vaya por delante mi más sentido pésame a todos los habitantes de las zonas afectadas. Pensar en lo que ha sucedido y en todo lo que han perdido me produce una profunda tristeza. Es muy difícil comprender la desolación de los que lo han perdido todo y que tendrán que rehacer su vida partiendo de cero. Y me enfada pensar que pudo haberse evitado en gran medida. No lamentaríamos la pérdida tan elevada de vidas humanas si se hubiera estudiado la posibilidad y las consecuencias de una riada (ya había antecedentes) y se hubieran tomado las decisiones necesarias con rapidez y menos incompetencia de los responsables políticos a los que deberíamos pedir cuentas.
Al hilo de la desgracia han aparecido algunos eslóganes que, en mi opinión, son desafortunados. Se habla de un «estado fallido» exagerando la situación. Max Weber definió que un estado es fallido «cuando pierde la capacidad de monopolizar la fuerza legítima y garantizar la ley y el orden». No creo que se cumplan en España. Podría hablarse de un estado débil por la incapacidad de hacer frente con rapidez a una emergencia o no ser capaz de satisfacer las expectativas de su sociedad.
También ha aparecido el lema de «el pueblo salva al pueblo» intentando extender la idea de que hay un enfrentamiento entre la sociedad y los políticos, olvidando que nosotros los hemos puesto allí. Alberto Moravia escribió que «curiosamente, los votantes nunca se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado». El pueblo no puede salvarse solo; si el Estado, los ayuntamientos, las comunidades autónomas y Europa no aportan los recursos necesarios (miles de millones) no habrá recuperación posible. Y esto no va en demérito de los entusiastas voluntarios, militares y bomberos que acudieron a la llamada de ayuda de forma muy rápida: aplausos para ellos y total desprecio a los desalmados que se han dedicado a robar lo poco que les quedaba a los perjudicados. En los momentos difíciles aparece los mejor y lo peor de las personas.
Se ha popularizado la frase de «el cambio climático mata». Lo que mata es no prevenir y no invertir en prepararse para lo que pueda suceder. El clima de la tierra sufre cambios continuos, ciclos de calentamiento y enfriamiento. Se nos quiere hacer creer que vivimos en un periodo caótico solamente por la acción del hombre y se nos presenta como una verdad científica innegable. Pues no es cierto. No existe ese consenso científico sobre el calentamiento global. Hay muchos científicos de primer nivel, incluso premios Nobel, que atribuyen la mayor importancia del cambio en el clima a causas naturales. No se trata de ser negacionista, sino de ser «realista climático»; claro que la actividad humana influye, pero no es el factor determinante.
En esta desgracia hemos vuelto a padecer el populismo, considerar que no importa mentir si con ello se ganan votos (todos los partidos tienen sesgos populistas porque no cumplen ni lo que dicen ni lo que prometen), lo que arrastra malas consecuencias: las más graves son la desconfianza de los ciudadanos en la clase política y la sensación de que la democracia no funciona tan bien como debiera; esto conlleva una enorme desafección de la política. Ojalá esta desgracia nos enseñe a prevenir más que a lamentar. Estoy convencido de que la política española necesita más racionalidad y menos emotividad, más ideas y menos ideologías. Deberíamos evitar discursos políticos vacíos de contenido, desaforados y populistas. Mejor nos iría a todos.