Hace unos días, un joven de Mali de 23 años, que estaba integrado en uno de los grupos de acogidos llegados a las Canarias y luego repartidos por España, perdió la vida, ahogado, en el Duero a su paso por la capital. Concretamente en el entorno del paraje conocido como El Peñón. No tengo detalles de cómo llegó a Canarias pero no es difícil imaginar que lo hizo en uno de cayucos que salen de la costa Mauritana. Qué paradoja, pasar varios días navegando en el océano y morir en un humilde río mientras se bañaba con otros compañeros. Me enteré de la noticia mientras contemplaba la arrolladora victoria de Sifan Hassan, en la Maratón femenina de la olimpiada de París. Llevaba bandera de Holanda, pero nació en Etiopía. No he podido por menos que recordar la gran cantidad de medallas que han obtenido, España Incluida, países occidentales con emigrantes o hijos de emigrantes a los que, en su mayoría se les ha puesto alfombra roja para pasar a formar parte de la ciudadanía de países más desarrollados y también me ha venido a la memoria una viñeta reciente en el diario El País; una playa con una alambrada, custodiada por hombres armados, una patera hasta arriba de migrantes en el agua y un señor con un megáfono que pregunta: '¿Alguien sabe jugar al fútbol?' Una reflexión demoledora.
En Soria se ven, cada vez con más frecuencia, grupos de jóvenes subsaharianos como delata su muy oscura piel, yendo de acá para allá sin saber qué hacer. Hay quien se pregunta por qué no se les da alguna ocupación. La que sea, pero que les permita tener algunos recursos propios, dignificar su presencia en la ciudad y atenuar el rechazo creciente de colectivos que aseguran que cada vez mantenemos más vagos. Sepan que tal como está la legislación no se les puede emplear. No tienen permiso de trabajo, pero sí se les dota de un lugar para vivir y donde comer. Supongo que con algo de efectivo también. Todos tienen móvil. En este escenario sería bueno reflexionar sobre la incapacidad de nuestras administraciones, la Unión Europea primero, para normalizar esta situación. Si tenemos la natalidad por los suelos, carencias evidentes de mano de obra en numerosos sectores y no hay forma de frenar la llegada de inmigrantes ilegales, algo habrá que hacer y encajar las piezas de este enmarañado puzle.
La acogida de extranjeros en estas circunstancias no augura nada bueno. Los recelos se perciben en el ambiente, la ultraderecha los alienta y nada se mueve para resolver el problema. Mal asunto, excepto claro, para aquellos que tengan condiciones para marcar goles, aunque sea con el Numancia o para traer a España alguna medallita y llenarnos de orgullo patrio.