José Luis Bravo

SOPA DE GUINDILLAS

José Luis Bravo

Periodista


Soy el Grinch

28/12/2024

Se hizo famoso aquel personaje interpretado por Jim Carrey que quería cargarse la Navidad. Me ha venido a la cabeza aquel engendro verde y malvado que, sorprendentemente, a mí no me cayó tan mal, a la vista de la deriva extraña que están evidenciando estas fiestas sin necesidad de un Grich, que las eche a perder. Si yo fuera mejicano diría que la culpa no es del Grinch, sino del 'gringo'. Pero no sólo él.
Como muchas otras celebraciones, la Navidad está siendo transformada en consumismo desmesurado al que no somos capaces de poner freno pese a los lamentos por los abusivos precios que pagamos por productos que disfrutaríamos en cualquier otra fecha más baratos, con más moderación y sólo con la compañía elegida. La que impone la tradición enerva a suegras y cuñados, nos arrastra a comidas y cenas de grupos de amigos y sobre todo de compañeros de trabajo que no siempre terminan bien y que, desde luego, en algunos locales, al menos en la ciudad que conozco, que es Soria, se les va la mano para fijar el precio del menú, pero no les llega para ofrecer lo que se paga ni de lejos. Insisto hablo de 'algunos' incluso diría que demasiados, pero no todos por supuesto. Pero ¡señores y señoras esto es el mercado! La demanda es grande, todo se llena y ya saben…lo tomas o lo dejas.
Mi condición de abuelo también lastra la valoración que hago en estas fechas. Ver a los humanos de mi condición buscar juguetes para que los reparta Papá Noel o los Magos de Oriente, resulta desalentador. No sólo no sabemos qué comprar a los chiquillos. Tienen de todo y posiblemente ni siquiera dediquen unos momentos de atención al paquete primorosamente envuelto en papel de colorines. No es necesario salir de Soria para constatar la vorágine de compras a la que nos entregamos, a sabiendas de que vamos a liquidar en un santiamén la paga extra y el siete de enero nos levantaremos con frío norte, la cartera ligera de fondos, más tripita y soportando la oleada publicitaria de empresas que se comprometen a devolverlos los niveles de colesterol a su sitio y la hebilla del cinturón al agujero habitual.
Transitamos por calles iluminadas con leds multicolores, gente disfrazada con los cuatro trapos de los chinos que nos identifican con un tipo gordo y su gorrito rojo, o unos cuernos de alce y un par de espumillones al cuello. Y todos tan felices, hasta que se acaba la fiesta como diría Alvise y volvemos a pisar el suelo, bastante sucio por cierto, a tirar lo que ha sobrado que no es poco y mirando a ver qué coño hacemos con regalos que no nos gustan un pimiento.
No, soy el Grinch, pero reconozco que cada vez me parezco más a él. Pese a todo, felices fiestas.