La publicación de los últimos datos de empleo viene a reforzar una idea clara: España es un país de camareros. Con la llegada del verano, el tirón de la hostelería es contundente y nos deja claro que el sector sigue creciendo, suma lo suyo al PIB y que no tiene visos de que esta situación cambie. Lo cierto es que esta realidad tiene cierto componente, si no despectivo, bastante peyorativo. Nos gustaría no ser un país de camareros, porque suena mucho mejor ser un país de ingenieros de caminos, canales y puertos o de físicos cuánticos; pero es lo que hay.
Sin ser yo economista, ni pretenderlo, observo cosas y me pregunto, ¿es tan malo ser un país en el que la hostelería es un sector que crea empleo y riqueza? Imagino que el tan cacareado intento de cambio del modelo productivo en España tiene más que ver con lograr un mercado con mayor estabilidad, sueldos más elevados y mejores condiciones laborales que con la actividad en sí. Y también reducir la burocracia, fomentar el emprendimiento, aumentar la productividad y la formación permanente e impulsar la innovación y la digitalización.
La ralentización generalizada de la actividad económica, muy afectada por la subida de tipos, la situación geopolítica internacional y el cierto estancamiento de la zona euro la sufren todos los países europeos, pero un poco menos España, precisamente por el dinamismo del sector servicios que contrasta con el retraimiento de la Industria. Y en parte lo debemos a la hostelería, al turismo y a todo tipo de negocios que giran alrededor de la llegada de personas en la época estival y el propio movimiento de los 'patrios' que también queremos vacacionar.
Obviamente, no conviene depender en exclusiva de un sector y tendríamos que crecer en innovación y tecnología, aplicados a todos los sectores, pero no se puede perder de vista lo que somos, un país turístico y un país con una elevada calidad de vida en el que muchas personas quieren trabajar y vivir. Y tampoco se puede negar que somos un país de calle, de amplios eventos culturales, de tradición de bares y de restaurantes, de ocio y de servicios.
No es la primera vez, seguramente no será la última, que reivindico el oficio en hostelería, que creo que debería profesionalizarse y ganar en valor en todos los sentidos, porque es absolutamente necesario. Racionalizar horarios, mejores salarios, más formación y una reducción de la temporalidad ayudaría a la llamada 'dignificación' de este oficio, una situación que también padecen otros sectores, incluida la administración.
En estos días, a las puertas de las Fiestas de San Juan en la capital, la población aumentará considerablemente y todos y todas querremos festejar en los bares, en los restaurantes, alojarnos, hacer compras y pasarlo bien. Ahí estarán un buen puñado de personas y de negocios, trabajando y creando empleo. Y ahí no nos va a ir nada mal que los servicios y la hostelería sean sectores en auge en este país y poco nos va a importar el complicado cambio de modelo productivo.
Felices fiestas. Nos vemos en los bares.