Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


En la muerte del poeta

22/02/2025

Aterra pensar que 27 años antes de aquel 22 de febrero de 1939, día en el que se le apagó la pluma y la vida al poeta, Machado ya escribiera 'Retrato', un poema premonitorio sobre su improbable final frente al mar siendo un hombre de secano, de campos castellanos, sevillano sin playa, de adopción siempre soriano. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. Tuvo un final marítimo y lejos del hogar, en el pueblo pesquero de Collioure, el desaparecido que este 2025 celebra su 150 aniversario, aunque sea inmortal. Porque quedó sellado para siempre en ese verso final: «Este cielo azul y este sol de la infancia», que no dejan de ser el cielo y el sol de cada uno de los días de todas las vidas. La suya estuvo dedicada a una lírica, casi insuperable, que cantó a Soria como nada ni nadie, poniéndola en el mapa para muchas generaciones. Era su idea. Él quería que el mundo entero supiera cómo era el lugar en el que encontró el amor por la vida, por la naturaleza, por el Duero y por Leonor. Conmigo vais, campos de Soria (…) Me habéis llegado al alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella?
A punto están de llegar las tropas sublevadas a Barcelona. Millares de españoles, con lo puesto, quizá su único patrimonio, emprenden la huida hacia Francia. Un río de hombres, mujeres, niños y ancianos, de toda condición, toman camino, petate en mano, para cruzar la frontera. La lluvia no concede tregua. Los niños y los ancianos ven fatigadas sus fuerzas según avanzan las horas, su caminar se hace más torpe y la noche se vuelve más oscura. A lo lejos, se intuye una suerte de asentada. Un tapón humano formado por los peregrinos más veloces. Francia, con el temor de que estos miles y miles de españoles hambrientos lleguen para quitarles el pan y el trabajo, cierra a cal y canto sus fronteras, dando un portazo en morros, casi literalmente, a todos estos náufragos. No les queda más opción que seguir a la intemperie, regresar no es una alternativa. Un padre, el pintor Lorenzo Aguirre, trata de consolar y calentar a su aterrada y aterida hija, una pequeña de ocho años. Buscando ayuda, este padre -también pasmado de frío- levanta la cabeza y comienza a desgranar la variedad de compatriotas que han llegado hasta allí. Su hija ve cómo en el rostro de su protector se instala el dolor. Sus ojos ya no son pupilas, sólo son un pozo de rabia. Este, aprieta todavía más la mano de su hija, y con la voz temblorosa le dice: «Mira. ¿Ves a ese señor de allí, el del bastón y el sombrero? Ese señor es muy importante, hija. ¡Es un poeta! Es don Antonio Machado». Aquel que murió lejos del hogar. Golpe a golpe. Verso a verso.