Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


Los Años Nuevos a la intemperie

25/01/2025

«Me estoy acordando de la cama de Vinuesa». «¿De la cama de Vinuesa?». «Sí, el pueblo ese de Soria al que fuimos». «Ya, ya… pero ¿¡de la cama!?». «Sí, era enana, se nos salían los pies. ¿No te acuerdas? Estaba todo nevado, se fue la luz. Te pusiste frente a la chimenea». «Es verdad, se me derritieron las chiruka». «Dos veces fuimos a Vinuesa. A saber qué se nos perdió allí».
Esta es una de las conversaciones que mantienen Óscar y Ana, los protagonistas de Los Años Nuevos, la última serie de Rodrigo Sorogoyen, con el inconmensurable soriano Alberto del Campo al montaje. La serie narra en 10 episodios cada Nochevieja y Año Nuevo de una pareja a lo largo de una década. Imaginarán el ingente trabajo que implicar reflejar en cada episodio, que sólo nos enseña un día de la vida de los protagonistas, todo lo que ha ocurrido durante el resto del tiempo. Lo logra sin trampas. Todo es sutil, fino e inteligente. El contrastado virtuosismo de 'Ruy' con la cámara pone la guinda: un capítulo en plano secuencia, otro con planos fijos para generar estatismo, baile de ópticas, zoom out para abrir plano y coger aire, juegos de espejos, paralelismos narrativos… La serie encuentra fanáticos y detractores allí donde se reproduce. Y, curiosamente, en la mayoría de los casos por idénticos motivos, que unos los ven virtud mientras otros los ven defecto. «Fran e Iria están demasiado naturales. Es excesivamente realista. Tiene un tono tristón. Hay planos larguísimos…». Piropos o críticas, según de qué boca y cabeza salgan estas afirmaciones. Pero nunca está de más agradecer que alguien cuente las cosas como son. Que se vea un tendedero en el salón de un médico, porque así están las cosas. Que, tras recibir a padres y suegros en casa por primera vez, no haya elección. No quede más remedio que retirar la mesa para abrir el sofá cama. El piso que se pueden permitir los dos protas no da para tener habitación. Y, llegado a este punto, es posible que el espectador pause la serie, mire a su alrededor y vea que no es una ficción. Los más afortunados, también los más mayores -es algo profundamente generacional- tendrán resuelto este problema al quitar la vista del televisor, pero rápido verán las fotos de la comunión de sus nietos. 
Es reconfortante escuchar a todo un presidente del Gobierno anunciar un plan de vivienda. Es reconfortante hasta que a uno le oprime el pecho, mitad miedo, mitad enfado, al recordar que es esa misma persona la que va camino de cumplir ¡siete! años en Moncloa. Esa crisis es, más que de nadie, su crisis. Y el miedo se intensifica al recordar que las imitaciones de provincia son peores y más baratas aún. Más torpes, más inoperantes e incompetentes. Más de José Mota. De eso, al menos, sí se han librado los protagonistas de la serie, que no mencionaban la intención de mudarse a Los Pajaritos II. Las vidas que no discurrirán en esa ilegal quinta planta son la verdadera ficción.