Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


El desorden mundial

22/03/2025

Hace tiempo que se viene librando una lucha cultural e ideológica sin tregua en las redes sociales. Tiene lugar en una época en la que la sociedad ha cambiado y se ha vuelto mucho más individualista; también más egoísta y codiciosa. Una sociedad menos resiliente a esa corriente de fondo que está emergiendo en gran parte del mundo, y que plantea una forma de pensamiento, más allá de los vaivenes de Trump o las excentricidades de Miley, que puede acabar con el mundo que hemos conocido hasta ahora. Decía Robert Kaplan, periodista y analista geopolítico, autor, entre otros, del libro La venganza de la Geografía, que Trump no es heredero de la tradición atlantista, que, en realidad, es un pos-alfabetizado, es decir, vive en un mundo de redes sociales y teléfonos inteligentes, pero no se ha sumergido en el estudio de la historia narrativa, ni siquiera superficialmente. Probablemente no sepa nada de la Carta del Atlántico ni de la construcción de un orden de posguerra por parte de grandes estadistas estadounidenses.

Quinn Slobodian, profesor de historia económica y especialista en historia del neoliberalismo, autor, entre otros, del libro Le capitalisme de l´apocalypse, analiza como la globalización ha alterado el orden mundial dando lugar a una proliferación de nuevas entidades, entre las que se encuentran paraísos fiscales, puertos libres, etc. totalmente liberados de cualquier regulación, impuestos y obligaciones. Revela cómo algunos teóricos de la economía y la política tratan de justificar la conveniencia de un mundo en el que los procesos de toma de decisiones ya no se vean obstaculizados por elecciones democráticas. Los estados serían gestionados como si fueran empresas, guiándose únicamente por la eficacia y la máxima acumulación de capital. Así, escaparían a los largos y farragosos procesos que conllevan los regímenes democráticos y se liberarían lo máximo posible de las cargas sociales. Esto es importante porque podría suponer el fin de una época en la que capitalismo y democracia formaban parte de una realidad indisociable. En este nuevo paradigma, sobrarían los periodistas, porque no se precisa intermediación. Las redes sociales se convertirían en las nuevas tablas de la ley, mientras pierden autoridad los profesores y los científicos, porque la ciencia contradice sus ideas y anhelos. No quieren saber nada del cambio climático, del calentamiento global, de la degradación ambiental, del aumento de la exclusión o de las desigualdades.

La globalización, la liberalización de las relaciones comerciales ha puesto en evidencia las contradicciones de las relaciones económicas en el mundo y los problemas de un sistema de relaciones entre países tan desiguales en tantos terrenos. Como reacción está emergiendo una corriente nacionalista en lo político y proteccionista en lo económico, pero profundamente globalista en los instrumentos en los que se desenvuelve el campo de juego de la información y de las relaciones sociales. El control de la información y de las reglas de juego por parte de las élites del mundo de la empresa, les está otorgando un poder sin precedentes. En ese terreno de juego no está claro que la democracia ocupe un lugar como sistema político. Entonces, la libertad económica, que siempre se ha asociado a países democráticos, está moviéndose hacia estructuras políticas más autoritarias, ligadas a un capitalismo más intenso, libre de cargas, de burocracia y de tediosos y retorcidos debates políticos.

El ascenso al poder de Donald Trump, con toda su tecno-casta económica, es el mayor exponente. El día de su juramento vimos a un Trump entregado a su pueblo, sin intermediarios, sin controles democráticos. Después, casi a diario, vemos a un anciano obsesionado con los aranceles, como si fuera un niño jugando con la economía mundial. Estas nuevas élites conciben un mundo totalmente distinto al que conocemos, con la quiebra del orden mundial basado en reglas y una reorganización del poder, donde unas cuantas potencias imperialistas se van a repartir la hegemonía y las áreas de influencia. Y dentro de esa concepción del mundo, la Unión Europea se les escapa y por eso quieren dividirla, desestabilizarla y destruirla desde dentro. Transmiten buenas palabras sobre la libertad y la recuperación de las naciones, prometen una mejor vida para nuestros hijos, hablan de un gobierno donde prime el sentido común y no la ideología que está imponiendo la izquierda. Pero la comunidad internacional no se construye con la idea de que cada uno haga grande a su país de nuevo, sino con la cooperación y el respeto a unas normas consensuadas entre todos. Es, en el fondo, una peligrosa vuelta al pasado, al realismo político, a la ley del más fuerte. Por eso, necesitamos a Europa más que nunca.