En noviembre de 1906, el Heraldo de Madrid publicaba los resultados de una encuesta hecha entre sus lectores sobre el voto para las mujeres: «Participación, 4.962 votos; 922, a favor; 3.640, en contra. Queda moralmente derrotado el sufragio femenino». Lo contaba así Carmen de Burgos, la periodista que organizó la consulta desde una columna que tenía en el periódico. Era la primera mujer española con un contrato fijo como redactora y, años más tarde, se convirtió en la primera corresponsal de guerra cuando fue a la de Marruecos por cuenta del Heraldo. Era maestra y de Almería pero, cuando se trasladó a Madrid a los 34 años, empezó una brillante carrera literaria y una nueva vida como activista de los derechos de las mujeres. Escribió más de 16.000 artículos; novelas como 'Los inadaptados' y 'El hombre negro'; libros de viajes por Europa y América; biografías como la del poeta Leopardi y la de Eugenia de Montijo; traducciones de obras de otros autores italianos, ingleses y franceses y ensayos como 'La mujer moderna y sus derechos' que muchos consideran precedente de la obra de Simone de Beauvoir. En los años veinte del siglo pasado, presidió la Cruzada de Mujeres Españolas y la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, las dos organizaciones, sufragistas y feministas. Tenía, en su casa, una tertulia a la que acudían Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Juan Ramón Jiménez, Sorolla, Romero de Torres y Gregorio Marañón, todos amigos suyos.
Se había casado a los 16 años con un periodista almeriense que la maltrataba y le era infiel. Vio morir a tres de sus cuatro hijos y, en 1.901, abandonó a su marido y se fue a Madrid con la única que le quedaba, María. Ocho años después, empezó una relación amorosa y literaria con el también escritor Ramón Gómez de la Serna que tenía veinte años menos que ella. Duró dos décadas. Pero no estoy hablando de Colombine -que era como firmaba en el periódico- por lo que sufrió como madre ni por lo que aguantó en un matrimonio desastroso ni porque tuviera como amante a un escritor más famoso que ella. Lo estoy haciendo porque Carmen de Burgos fue una escritora de primer orden encuadrada en la Generación del 98 como Unamuno, Valle-Inclán y los Machado y una defensora incansable de los Derechos de las mujeres. Y si no la conocemos lo suficiente es porque el franquismo borró su nombre de la Historia y prohibió muchas de sus obras. Y es una auténtica heroína porque después de años y años de lucha, pudo disfrutar del triunfo que supuso la Segunda República en 1.931. Se legalizaron el matrimonio civil, el divorcio y el voto femenino. Un final feliz aunque la muerte le llegó pronto, en 1.932, en forma de infarto de miocardio. Clara Campoamor y otros intelectuales presentes en su funeral pidieron que se le dedicara una calle en Madrid. Por cierto, hay, al menos, otras dos escritoras que pertenecen a la Generación del 98: Consuelo Álvarez Pool y Concha Espina.
Así son mis heroínas: personas capaces de escribir frases como esta hace más de un siglo: «Hay quien no se convence de que el feminismo no es una lucha de sexos ni la enemistad con el hombre sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado». Efectivamente, hay quien, en 2025, aún no se ha enterado.