Ha hecho falta que Trump ganara las elecciones para que Sánchez descubriera la pólvora; ha hecho falta que Trump se convirtiera en presidente de Estados Unidos y consiguiera la adhesión de Musk, Zuckerberg y Bezos entre otros magnates de las tecnologías y las redes sociales, para que Pedro Sánchez se haya dado cuenta de los peligros de dejar que se muevan ningún tipo de control google, twitter -ahora X- Instagram, TikTok y Facebook. Instrumentos, entre otros, con capacidad de cambiar el mundo.
Más poderosos que cualquier presidente del país más poderoso, que el empresario con mayor riqueza, el dictador que impone su ley, quien puede impartir órdenes al ejército más numeroso o cuente con armamento nuclear. Solo ahora Pedro Sánchez ha caído en que las redes sociales pueden acabar con todo. Y por tanto, por necesidad de garantizar la seguridad a todos los niveles, deben ser controladas.
Curioso que no lo haya advertido hasta ahora. Somos infinidad - hablo en primera persona porque hace años que con escaso éxito alerto sobre las redes, el más importante medio de comunicación después del teléfono, pero el peor utilizado- los que llevamos tiempo denunciando esa falta de control. Y que, de la misma manera que las redes cumplen una importantísima labor social, existe otra cara de la moneda. Indeseables que las utilizan para derrocar gobiernos que cumplen estrictamente las leyes de la democracia, cooperan para que triunfen candidatos indeseables, para promover a personajes oscuros o destruir biografías de hombres y mujeres absolutamente respetables.
Son millones los usuarios de redes sociales que se dieron de baja al comprender hace tiempo que estaban condicionados por movimientos sociales que imponían su criterio a golpe de tuit para favorecer a hundir determinados intereses, promover movimientos sociales de la peor especie o entrar a saco en la vida personal de personajes públicos aunque merecían respeto a su privacidad.
Solo ahora, con Trump, que ha dado más cancha de la que ya tenían a los propietarios de las más potentes empresas tecnológicas, se ha dado cuenta Sánchez del peligro. Ha aprovechado su participación en el foro de Davos para promover una serie de medidas que tienen sentido, aunque no sea más que para impedir que las redes, mal utilizadas, logren su objetivo de plagar occidente de dirigentes de la ultraderecha y acabar con la democracia.
Lo que habría que preguntarse es si Sánchez estaría tan preocupado si fuera la ultraizquierda la que avanza. Habría que preguntárselo porque no parece que le quiten el sueño algunos amigos latinoamericanos que, sin complejos, se comportan como dictadores implacables y no se detienen ni siquiera ante la crueldad.
Sánchez pide más control en las redes, que se prohíba el anonimato y, sobre todo, que sus propietarios sean los que se enfrenten a los delitos penales que puedan haberse cometido.
Muy bien. Pena que Sánchez no haya advertido, hasta la llegada de Trump, del peligro que suponen las redes mal utilizadas. El mundo se habría ahorrado muchos problemas y muchas injusticias.