Hace unos días, haciendo limpieza, me encontré mi tipómetro. No había vuelto a acordarme de él desde que acabé la carrera de Periodismo. El tipómetro es una especie de regla que mide los puntos tipográficos. Yo soy de la promoción del 94. Hace justo treinta años que terminé la carrera de Ciencias de la Información. En aquellos recién estrenados 90, las nuevas tecnologías empezaban a hacer acto de presencia muy tímidamente. Por eso, en clase nos enseñaban a diseñar páginas de periódicos de forma manual con el tipómetro. Medíamos los espacios en cíceros. Un cícero equivalía a doce puntos. El caso es que acabábamos tan hartas de medir en cíceros que cada vez que nos quejábamos de algo solíamos decir, «estoy hasta los cíceros». Supongo que si estuviera estudiando ahora periodismo diría algo así como «estoy hasta los píxeles».
La vida pasa tan rápidamente que casi, sin darnos apenas cuenta, hemos saltado del cícero a la IA. De conseguir eurodiputados pegando carteles con cola metida dentro de un cubo y pasando la escoba a lograrlos a golpe de X. De informarnos en el telediario de las tres de la tarde y en el de las nueve de la noche a enterarnos de las noticias en tiempo real en nuestro móvil. De escribir en una pared, «la mili no mola», al insulto y la crispación de X. Del prestigio de la primicia informativa a ser trending topic con un bulo. Cuando yo empecé a estudiar, las carreras más demandadas eran Derecho y Odontología. Ninguna de las dos se podía estudiar en Soria. Periodismo, tampoco. Treinta años después, seguimos sin tener ninguna de esas tres titulaciones universitarias. Hay alguna más que entonces, eso es cierto, pero pocas más. Los jóvenes que han aprobado la EBAU se enfrentan en estos días a ese momento crucial, el de elegir. Y rechazar. Elegir siempre es rechazar. Elegir es descartar muchas opciones para quedarnos con una. Aunque siempre podemos cambiar de opinión, porque nada es definitivo. Nada es eterno. ¡Qué difícil es siempre elegir! A esas edades, quizás más porque el ser humano está despidiéndose de la adolescencia y es difícil haber conseguido la experiencia suficiente que permite orientar la vida con acierto, aunque se tenga mucha vocación. Pero en eso consiste vivir: en acertar y equivocarse. En caer y en levantarse. En aprender. En reaprender. En borrar y volver a escribir con la misma letra o con otra o con un teclado. No soy de aconsejar, pero por si alguien lo necesita diré que si algo he aprendido en todos estos años es que lo importante es ser honesto con uno mismo, hacer lo que de verdad se quiere hacer en vez de complacer a los padres, al entorno. Pasar del qué dirán. Actuar desde la libertad. Decidir en conciencia. Pero sobre todo, he aprendido que hay que disfrutar. Disfrutar de todo. Y mucho. Aunque de vez en cuando soltemos un «estoy hasta los cíceros» o «estoy hasta los píxeles».