Tengo anotadas en la agenda de mi móvil multitud de frases sueltas. Son frases que se me ocurren y anoto con la intención de que me sirvan en el futuro para un artículo, una novela, una reflexión en redes. Según las voy usando, las voy borrando, pero no utilizo todas. Hoy he repasado mi agenda. Conservo algunas notas de 2019: "cuero, cuero", "el sol ungía de amarillo el mundo con sus luces caídas", "las toses del teatro". De 2020: "los jóvenes no participan en actos culturales", "guardería de plantas", "apegos feroces". De 2021: "mensajes en una revista", "llenar el silencio", "el discurso del rey que no hace el rey", "espejismos, creemos que los demás piensan como nosotros". De 2022: "fundido en negro", "Ecuación de Dirac", "derviche", "tipos de sonrisa". De 2023: "y si…", "nadie pide un vaso de leche en los bares", "líderes que no sirven para líderes".
Me gustaría poder decir, así era como yo las recordaba, surgieron mientras esto o aquello. Pero no, no recuerdo cuándo las escribí, ni siquiera las más recientes. No recuerdo qué me inspiró. Tampoco recuerdo si alguna vez intenté usarlas, si las releí. Por eso, hoy al repasarlas, es como si fueran nuevas para mí y me inspiraran pensamientos que quizá sean distintos, porque en el momento de escribirlas, probablemente, tuvieron otro significado, otras expectativas.
Tengo memoria de pez. O, mejor dicho, memoria selectiva. Los recuerdos no siempre coinciden con los de otras personas o con lo que ocurrió realmente. La memoria es caprichosa. El cerebro no diferencia entre realidad y ficción. Por eso, entre otras muchas cosas, me encantaron las memorias de García Márquez, "Vivir para contarla", porque comienzan diciendo, "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".
En estos días en los que hemos rememorado hechos y sentimientos de hace 20 años, me ha maravillado la capacidad de muchos no sólo para evocar dos décadas después, lo que hacían y sentían, sino para reproducir conversaciones, fechas, nombres y cargos de aquella mañana y de las posteriores. ¿Tendrán un diario de a bordo y lo consultan? Sí recuerdo lo que yo hacía en el momento en el que me enteré del dramático atentado. Recuerdo a quién llamé para quedarme tranquila. Y poco más. No recuerdo cómo me sentí en las horas posteriores. Tampoco recuerdo el momento de ir a votar el 14M. Ni tampoco lo que hice los días siguientes. No recuerdo con quién pude intercambiar mis impresiones sobre los atentados, el bulo, las especulaciones. No recuerdo las conversaciones que pude tener. Tampoco recuerdo cuánto me sorprendió que el resultado electoral no fuera el esperado. Quizá sea una disfunción. O un mecanismo de defensa: el olvido nos sirve para no volvernos locos. Aunque hay imágenes, con sus silencios y sonidos, que nos refrescan la memoria cada año.