El 14 de marzo de 2020, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció la declaración del estado de alarma para la contención de la pandemia. Desde ese día, y durante muchos meses, una de las frases más repetidas fue, ya nada será igual. Como videntes sociales no tenemos precio, porque, para la generalidad, socialmente, somos iguales que antes de esa fecha. Ha cambiado para los familiares de las víctimas y para los enfermos de Covid persistente con una nueva vida muy dolorosa. El resto seguimos igual, porque aquello de nos vamos a querer más o vamos a dedicar más tiempo a nuestra gente, no se ha cumplido. También ocurrió con los atentados de las Torres Gemelas. Parecía que todos íbamos a cambiar nuestros comportamientos, pero exceptuando los controles de los aeropuertos, lo demás se mantuvo más o menos igual.
La única diferencia respecto al 14 de marzo de 2020 es que somos cinco años más viejos: los que eran adolescentes, ahora son adultos; algunos de aquellos niños ahora son adolescentes y los que nacieron en pleno confinamiento ya van a segundo de infantil y saben pintar sin salirse de la raya. Por lo demás, socialmente todo sigue, más o menos, igual. Seguimos navegando en nuestras maravillosas contradicciones vitales. Por ejemplo, no ha cambiado nada nuestra percepción de los viernes y los domingos. El viernes, (¡por fin es viernes!), día laboral, nos parece maravilloso frente al domingo, día festivo, (¡qué depresión de domingo!), que nos parece horrible. Seguimos procrastinando, o sea, retrasando actividades prioritarias, porque nos dan pereza, y las sustituimos por otras que son menos urgentes, pero más agradables. En definitiva, la actitud que en otros tiempos dio pie al refrán, "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Pero lo dejamos, porque, a pesar del Covid, y de que teníamos clarísimo que íbamos a cambiar, seguimos más o menos igual.
Si hay algo que sigue intacto es nuestra pasión sanjuanera. A los sorianos nos encanta San Juan igual que antes del Covid y seguimos viviéndolo de la misma manera. Tampoco hemos cambiado en el carácter, porque acaban las fiestas y recuperamos ese rasgo soriano que, fuera de nuestras fronteras, lo traducen por sieso. No lo reconocemos, incluso nos enfadamos, pero seamos sinceros, entre nosotros, somos siesos. Que te cruzas en septiembre en el Collao con alguien con quien compartiste bota en los últimos agés y miramos los dos para otro lado. Eso lo hemos hecho todos y eso es ser sieso, igual que antes del Covid.
En estos días de efemérides, preguntan en muchos foros qué hemos aprendido. Desde el punto de vista social, no sé si hemos aprendido algo, porque seguimos viviendo más o menos igual, salvo los que se mudaron, porque tuvieron oportunidad de comprarse un piso con balcón, en previsión de que haya que volver a salir a los aplausos de las ocho de la tarde.