Dice la mal llamada sabiduría popular que, llegados a cierta eda, nos volvemos raros, o como mínimo, unos 'tiquismiquis' de cuidado. Será eso, o simplemente que tenemos más tiempo para entretenernos en mirar a nuestro alrededor allá donde las prisas no nos lo permitían antes. Será. El caso es que, el resultado final de este proceso termina agriándonos el carácter y me temo que eso no hay psiquiatra o psicólogo, ni siquiera argentino, capaz de ponerle remedio.
Paseo más por la ciudad que habito, Soria en concreto, y eso me permite observar el pavimento, los jardines, las aceras, a la gente… a la gente y sus comportamientos. Por ejemplo la naturalidad con que tiran la colilla del cigarrillo a cualquier parte o ponen a mear al perro allá donde al animal lo decide. Pará qué les voy a relatar los efectos de cualquier día de fiesta, que se traducen en botellas y plásticos por todas partes. Madruguen un sábado y verán. Soy consciente de que son más los ciudadanos limpios que los guarros, pero es que éstos cunden mucho y además no sufren el efecto del reproche de sus semejantes porque la inmensa mayoría de los que perciben la marranada cuando se está perpetrando prefieren callarse en lugar de llamar la atención al 'delincuente incívico', ese que, en Japón o Suiza, terminaría pagando una severa multa en comisaría o como mínimo abucheado en un corro de vigilantes espontáneos de la limpieza urbana.
Hay, además una segunda parte en la que ya se requiere la intervención policial y judicial que merece unas líneas. Hemos sabido de la detención de un vecino de Soria al que se considera presunto autor de la quema de contenedores de plástico, lo menos quince y recién estrenados para sustituir a los metálicos que ya pedían a gritos el achatarramiento inmediato. La nota oficial indica que el valor de los daños se cifra en torno a los 12.000 euros y el sujeto en cuestión ha sido puesto en libertad por el juez. Y ahí las redes sociales se han puesto en marcha. Los indignados piden el nombre y la foto del imputado, lamentan que esté en la calle y los más radicales proponen quemarlo a él en la Plaza Mayor como escarmiento.
Mi primera conclusión es que a la gente le indigna el vandalismo, pero sólo dan la cara desde el anonimato de un chat en medios digitales. La segunda es que son legos en el funcionamiento de la Justicia. Nadie va a la cárcel por quemar contenedores. Otra cosa es que acaben en la calle sin cargos. Pero los hay y tarde o temprano, si los reporteros que frecuentan el Palacio de Justicia están atentos, sabremos quién es el pirómano autor de estas estupideces y el precio a pagar por ello. Y al final le pondremos cara.