Una vez drenado, el corazón se queda completamente blanco. Su tan característico color rojo sólo se debe al incansable, que no tanto, más debería ser, bombeo de la sangre. «Me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco», que 'dijo' Lady Macbeth. Ese mismo Corazón tan blanco que Javier Marías tomó prestado de su admirado y traducido por él Shakespeare para titular una de sus mejores novelas, y una de las más notables de los últimos 30 años. Un Marías al que, recuerdo, tan sólo se le ha hecho en Soria un casi clandestino homenaje en el Casino. Porque, como dije en su día, para valorarlo hay que leerlo. Sí. Entiendo su sonrisa, avispado lector. Yo tampoco me los imagino dando buena cuenta de la prosa del hijo de Julián y de ese niño soriano, "de tiempo nunca perdido" en nuestra ciudad. Qué escribiría el desaparecido Javier tras verse atrapado en un circuito de karts sin fin, secuestrado en una senda de rotondas y bordillos hipertróficos.
No hace falta drenarlo para sentir cómo, de golpe, se nos hiela el corazón cuando todo cambia para siempre. Sin ser un simulacro, sin tener tiempo para asumirlo, en directo, sin opción a repetir. Ahí, el corazón se queda completamente pálido. Drenado sin remedio. Toda España sigue con el corazón blanco, digiriendo que unos compatriotas han sido arrasados por la maldad, la incompetencia y las riadas. Ese corazón blanco, pétreo, quizá encontró algo de calor en los abrazos de Sus Majestades los Reyes de España, que más repartirán la semana que viene. Porque ellos pueden volver. Los únicos.
En otras ocasiones, no es la naturaleza la encargada de ponernos en nuestro sitio. Con más frecuencia, por desgracia, lo hace un teléfono que no deja de sonar. Lo hacen las sirenas que siempre pasan de largo, porque son para otros. Pero esos otros, a veces, son unos. Estos unos. El corazón se torna blanco cada vez que, bajo el parpadeo del fluorescente de una sala de espera, el peor de los lugares, se invoca desde consulta a los 'familiares de'. El corazón se queda albo, muerto en vida, cuando se lee ese mensaje inexplicable. Resopla. "Estuve ayer con ellos". El corazón tan blanco es arrancado sin piedad cuando uno recuerda que debería haber estado allí también. No puede dejar de mirar la foto. Se estremece con la media verónica que le ha pegado el destino. Con el corazón blanco como la nieve, acude al que debería haber sido su funeral. Un entierro del que no quiere salir porque fuera todo volverá a ser verdad, y le preguntarán. Y, lo peor, tendrá que contestar. Envejecerá solo. Al menos, sin ellos tres, aunque ese era el pacto inicial. Desde hace años, una tarde de noviembre, como deuda, engulle su dolor durante dos horas e imparte una charla de concienciación a los que aún tienen el corazón rojo de juventud. Este domingo, 17 de noviembre, Día Mundial de las Víctimas de Accidentes de Tráfico, le toca darle cuerda, un año más, a su corazón tan blanco.