París nos regaló un atardecer en el que, como con Vermeer o Caravaggio, la luz parecía dejarse tocar. Los alumnos de 4º de ESO de los Escolapios caminábamos hacia el restaurante donde nos daban de cenar a diario. Un local ideado para excursiones, ubicado en los soportales que flanquean el Louvre. Esa tarde anaranjada, con la confianza de saberme el camino a la cafetería aun a 995 kilómetros de casa, me desvié del grupo con mi amigo Dani -siempre leal- a una tienda de recuerdos. No quería torturarme en el autobús de vuelta a Soria, durante 14 horas, por no haber comprado una bufanda del PSG. El dependiente era pakistaní, contó, y se interesó por nosotros. «Españoles». «¿Ciudad?». «Cerca de Madrid», dije. La cobarde respuesta que siempre damos en el extranjero y en la que sepultamos a Soria. Y si no existe para nosotros, poco podemos exigirle a los de fuera. «Soria», se atrevió a responder Dani. Y menos mal, porque casi me quedo sin columna. «¡Ah! ¡Numancia!», contestó, al momento, aquel loco del fútbol, vendedor de souvenirs por las tardes. Tuvo que ser tal la cara que se nos quedó que, como en el Un, Dos, Tres... prosiguió: «¡Rojo!». «¡Azul!». «¡Pajaritos!». «¡Fifa!». Sí. En pleno París había un pakistaní explicándonos, a nuestros 15 años, que conocía al Numancia porque jugaba con él en la PlayStation. Ahí entendimos que no era casualidad, que teníamos la suerte de ser de Soria, del Numancia. El de la Copa. Y aprendimos que jamás debíamos renegar de algo de lo que otros, con menos motivos, sí presumen en el centro de París. Porque el Numancia es Soria, casa, nosotros. Es parte de nuestra historia personal porque, especialmente en Soria, al fútbol se baja en familia, con amigos. Uno va a Los Pajaritos de la mano, incluso, de los que ya no están. Por los restos, sigues bajando al estadio con tu abuelo, con tu padre, junto a la sombra de aquel amigo que fue tan numantino. A la salida del campo, las barreras se diluyen. No hay estatus, sólo numantinos que celebran, protestan y caminan juntos. Los vecinos comparten coche hasta casa. Los profes del cole dejan de serlo un rato, en Mariano Vicén, y sólo te hablan de lo importante: el gol de Del Pino.
Por ello, al Numancia se le defiende y se le presume. Sobre todo, la mía, la generación que fue niña durante los dos últimos ascensos, la que ganó, con chicharro de Mario, al Barça de Guardiola. La generación que ha visto en Los Pajaritos, como norma, a Ronaldinho, a Zidane, a Messi, a Riquelme, a Casillas, a Raúl, a Figo… La generación que, en pañales, nos enganchamos a esto del fútbol con los Pineda, Rosu, Kome, Miguel Pérez, JC Moreno, Fagiani, Culebras, Julio Álvarez, Nagore, Palacios... Estamos a 90 minutos de devolver al Numancia a un escalón más cerca del que realmente merece estar. Y yo estoy un día más cerca de volver a París y gritarles a todos los dependientes que soy soriano y del Numancia.