También era la segunda quincena de mayo. Primero de carrera. En Redacción Periodística nos encargaron un reportaje como trabajo final. El reto consistía en acompañar a alguien durante un día. Ser testigos de su realidad y, después, tener la capacidad de plasmarlo en un artículo. Nada de vídeos, de podcast ni demás animales de compañía. Una semana de plazo y 1.500 palabras para poder ser calificado. Acogimos con agrado la propuesta. Llevábamos desde septiembre teorizando sobre periodismo, pero aún nadie nos había pedido que echáramos a andar. Tuve la misma duda que en esta semana. «¿Y qué cuento yo?». ¿Cataluña? Ya hay escritos ríos de tinta. Cae el independentismo, el PP crece sin frenos y Puigdemont recuerda a Sánchez que le tiene cogido por los escaños. ¿El Madrid? Una remontada más, una Liga más, una final de Champions más... Ya piensan en ganar la próxima. ¿El Ayuntamiento? En su marejada: el lío de Personal, revisando contratos como el que mira de reojo la fecha de caducidad de los yogures… Ya ven, más de lo mismo.
Para abordar aquel trabajo universitario y, también para esta columna, miré al calendario y encontré la inspiración. Esta semana, segunda quincena de mayo, se celebra anualmente el Día del Niño Hospitalizado, tema sobre el que escribí aquel proyecto final. El texto comenzaba explicando cómo sólo había una luz encendida en una fría y oscura Soria. Era la de la habitación de un niño, de trece años, que se vestía a duras penas, a las 4:30 de la madrugada. Tenía analítica a las 7:30 y consulta a las 9 en el Hospital Niño Jesús de Madrid. En pleno tratamiento de quimio, él no distinguía entre el mareo que producía levantarse a esas horas intempestivas y los duros efectos de la medicación. Ya en el coche, durante el viaje hasta la capital, surgieron varios temas de conversación que incluí en mi reportaje: la preocupación de unos abuelos pendientes de que sonara el teléfono para escuchar un «sin novedad» en el mejor de los casos; una hermana pequeña que se hizo mayor arrastrando una maleta tras de sí por Soria porque no sabía en la casa de qué familiar acabaría durmiendo ese día si todo se complicaba en Madrid; unos padres que bien se cambiaban por el 'melenas' que iba sentado atrás. Y, cómo no, un niño que miraba por la ventanilla, cansado y triste, sabiendo que en unas horas estaría, otra vez, en una incómoda cama de hospital vomitando, mareado, con tiritonas insoportables. Lleno de dolor como estado natural. Muy lejos de sus amigos, de su colegio, de parte de su familia. Lejísimos de su salud y de la edad que no le dejaron tener.
La profesora me llamó a su despacho. Me confesó que estaba profundamente emocionada con el resultado de mi reportaje «lleno de verdad». Me preguntó cómo había tenido acceso a ese testimonio y le confesé que el niño era yo. Por eso, en esta semana señalada, a todos esos niños hospitalizados y a sus padres: no será fácil, pero se logrará.